jueves, 16 de agosto de 2012

"El cazador de las estrellas". (Un relato original).

El problema de dejar hacer un blog a según quién: que a falta de otra cosa, le dé por "publicar" allá sus propios relatos cortos.


Bien, en esta ocasión, no se trata de una entrada sobre un tema determinado -música, cómic, etnografía, o cualquier otra cosa que me pueda venir a la mente; y eso incluye la traducción, o la publicación de un texto ya traducido de antemano, u originalmente en español, de un autor cualquiera, conocido o más o menos anónimo-. No, esto es algo distinto. Ya que, al fin y al cabo, me ha dado por tener la no sé si buena idea de tener blog propio, pensé "¿Por qué no publicar alguno de los relatos cortos que he ido escribiendo durante estos últimos años, y que guardo en mi ordenador o mi memoria extraíble?". Pues de eso se trata.
Se trata de una historia que sería el equivalente, en extensión, a un folio, y, dentro de lo que cabe, se le podría considerar ciencia-ficción. Bien, no tiene sentido tanta introducción para tan poco texto, así que, sin más historias, ahí va:


EL CAZADOR DE LAS ESTRELLAS.
(Antes llamado "Los biologicidas").

 Morlin levantó la mirada para observar al rinoceronte lanudo que estaría a no menos de cinco o seis metros de distancia. Era un animal realmente imponente. Por lo menos mediría casi cuatro metros de largo y no mucho menos de dos de alto. Era extremadamente peludo, cubierto por una enorme mata de cabellos marrones que le protegían del terrible frío de la última glaciación que estaba sufriendo la Tierra. Su único cuerno, por sí solo, medía casi un metro de largo, y podía ser un arma terrible si el animal decidía atacar en caso de sentirse en peligro, o simplemente observado por algún enemigo. Si así era, el rinoceronte se transformaba en un auténtico vendaval de fuerza bruta, y pocos seres en el mundo serían capaces de sobrevivir a su terrible embestida.
Pero Morlin no era un ser de este mundo. Y eso jugaba a su favor. Su traje elástico recubría todo su cuerpo, excepto la cara, y aunque era extremadamente fino y cómodo, calentaba más y mejor que el más cálido de los abrigos de pieles. Sus guantes y botas también resultaban prácticos y pegados al cuerpo, pero le protegían de ventiscas y temperaturas que solo los animales más adaptados al medio eran capaces de soportar. En sus manos, el cazador tenía un arma que podríamos considerar una especie de carabina, más parecida a un fusil de mirilla telescópica usado por francotiradores que una auténtica escopeta de caza. Evidentemente, para abatir piezas de caza mayor, no cabía más remedio que utilizar las armas más mortíferas.
 Morlin levantó su fusil, observó por la mirilla, disparó con la seguridad del cazador experimentado que practica su arte por placer y no por simple necesidad o defensa propia, y abate, de un solo y certero disparo, a la enorme bestia que no tuvo tiempo más que de observarlo con escasa curiosidad.
Al momento de caer mortalmente herido al suelo aquella enorme montaña de carne y pelo, Morlin escuchó una voz familiar pero molesta, debido a su irritante costumbre de opinar y, en muchos casos, de pontificar y querer sentar cátedra, sobre temas que solo conocía superficialmente o por los que, paradójicamente, no tenía apenas interés.
-¿Es que no te cansas nunca de cazar? Ya me tienes harta, siempre que hacemos algún viaje interplanetario durante nuestras vacaciones, tienes que traerme a algún mundo primitivo lleno de bestias y pasarte el día persiguiéndolas y matándolas.
-Ya está bien, mujer. Siempre quejándote, pero nunca dándome ninguna alternativa. ¿Qué tiene de malo la caza? Es un deporte excitante que te permite conocer otros lugares, mundos exóticos y fauna que ya hace mucho que no existe en nuestro pequeño mundo.
-Ya, no me extraña –exclamó su mujer-. ¡Como no va a ser así! Todos los hombre del mundo, no importa como seáis, tenéis la misma obsesión por la caza. Da lo mismo lo que hayamos avanzado en tecnología, en artes o en la ciencia. Siempre acabáis cogiendo un arma y disparando al primer pobre animal que veis por ahí. Aunque no me extraña, al fin y al cabo, casi todos los avances e inventos que disfrutáis son invenciones o mejoras de las mujeres…
-Aquí hay caza abundante, y no existe ninguna civilización que nos ponga pegas con leyes proteccionistas. ¿Has visto lo más parecido a vida inteligente que tienen aquí? ¡Sólo unos bichos bípedos, sucios y melenudos, que no saben hacer otra cosa que arrancarse piojos y morderse y atacarse entre sí!
-¡Qué despreciativo eres! ¡Dales tiempo a evolucionar! Seguro que sus descendientes serán mucho más respetuosos con la fauna y con la naturaleza de lo que somos nosotros, y pensarán en lo hermoso que sería tener entre ellos a todos estos animales que estamos ayudando a extinguirse. Me gustaría verlos de aquí a unas docenas de generaciones, y seguro que podrían darnos lecciones de protección del medio ambiente. ¡Con razón nos llaman los biologicidas, los destructores! ¡Qué espanto se llevarían los habitantes de este mundo en el futuro si llegaran a conocernos!

La presa en cuestión. Lástima que ciertos "amigos de las actividades cinegéticas" nos dejaran sin él.

Bueno, es sólo esto, pero el hecho de poderlo publicar, aunque fuera en mi propio blog, ya resulta una novedad para mí.
Otro día, más.





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