lunes, 10 de marzo de 2014

Eulogio Varela, el genio olvidado del modernismo español.

Una reciente exposición en Madrid recuerda a uno de los pintores e ilustradores españoles más originales  del primer tercio del siglo XX.





El Museo ABC rescata a Eulogio Varela, maestro del modernismo madrileño No es la primera vez que descubro a un artista por la prensa, pero como suele pasar, aunque dicho personaje te llame la atención, si no decides indagar un poco a fondo sobre su vida y obra, acabas por olvidarlo de nuevo. Y la verdad es que tener un blog, aunque no sea especialmente visitado, ayuda mucho a dejar por escrito lo que, de otra manera, acabaría olvidado por mi lamentable memoria. Uno de esos artistas es el español Eulogio Varela, pintor y, sobretodo, ilustrador, aunque también ejerció de diseñador y decorador -y, probablemente, de haberse dedicado casi exclusivamente a estas dos últimas ocupaciones, se habría ganado bien la vida sin complicarsela demsiado; aunque, bien mirado, para un artista, lo más complicado es no ejercer su arte-. Actualmente hay en Madrid una exposición de una parte importante de su obra -importante por representativa; no es mayoritaria porque fue inmensa: cuenta con más de 1400 trabajos-, en el Museo del diario ABC, para el cual trabajó durante años -la verdad es que no soy lector de prensa conservadora, pero si hay en ella algún artículo interesante, no tengo prejuicio ideológico alguno-, aportando gran cantidad de dibujos para su revista "Blanco y Negro". Como es más que posible que no tarde demasiado en dejar de estar, si no de moda, sí en boca de los amantes del arte en general, una vez acabe la exposición, creo que no está demás dejar por escrito algo sobre él, tal como hice con mi conciudadano Tapiró -Fortuny, al contrario que él, no lo necesita, pero no me estuve de escribir también sobre él-. Pues ahí va:



La vida y obra de Eulogio Varela, modernista donde el modernismo dejó huella endeble.

Por decirlo de una forma clara, Varela, aunque fue reconocido como gran artista estando todavía vivo, no acabó de ser profeta en su tierra. Ni tampoco, la verdad, fuera de ella. Al no ser catalán, ni haber vivido o trabajado nunca en Cataluña, no pudo formar parte del modernismo que representaba tanto la modernidad, valga la redundancia, y la identidad del catalanismo que había nacido en el siglo XIX, y que necesitaba símbolos, antiguos y modernos, para afianzarse; aparte, que Barcelona -donde se concentraron tantos genios de la época de entre-siglos- siempre estuvo más abierta a las influencias culturales y artísticas europeas, mientras que Madrid, un tanto aislado al estar en el centro de una Castilla muy poco poblada y desarrollada, y que dormía todavía un mal sueño posterior al desastre del 98, no tenía la misma posibilidad, y en ocasiones -al menos, parte importante de su entramado político y económico, y por su influencia, también parte de su población-, el interés, de abrirse al mundo, en la doble vertiente de influir y recibir influencias.

                  
Diseño de mobiliario y caligrafía artística, con los que Varela experimentó con éxito.


El Teatro Español de Madrid, donde trabajó Eulogio Varela.

Nacido en Andalucia, en El Puerto de Santa María (Cádiz), emigró, como tantos otros andaluces, a algún lugar donde pudiera ganarse mejor la vida, y  más, teniendo en cuenta que era un artista que, desde joven, tuvo interés por las vanguardias y por un estilo que, sin tener cierta raíz española, era muy cosmopolita, y por tanto, sólo tendría gran aceptación en Madrid o Barcelona. Pero el Madrid al que llegó era una ciudad un tanto provinciana, capital de un país que consideraba natural cierto aislacionismo -en ocasiones, mezclado con victimismo o patriotismo hueco, según a quién se preguntara, pero en no pocas ocasiones, simplemente con un fatalismo demasiado presente en todas partes). La guerra de Cuba no sólo significó la pérdida de las últimas colonias -si bien Cuba y Puerto Rico no eran colonias clásicas, pues gran parte de la población, blanca o mulata, tenía algún origen español, y hablaban la misma lengua que la antigua metrópoli-, sino también la ruina económica, el descrédito internacional -se dejó de ser potencia mediana para ser, simplemente potencia pequeña y casi olvidada por todos-, la destrucción de un ejército orgulloso que drenaba las arcas públicas -el enfrentamiento con Estados Unidos, sobretodo en el mar, fue desastroso-, aparte, claro está, de la enorme crisis económica social, y el haber perdido en años de guerra -en Cuba, en Filipinas, también en Marruecos, cosa que seguiría hasta los años 20- a docenas de miles de soldados, sin contar muertos y heridos. En resumidas cuentas, el hombre que llegó a lo que, en el siglo XIX se llamó "el rompeolas de las Españas" -el XIX fue considerado "el siglo loco"; como si el XX no fuera a traer más todavía-, se encontró a una metrópolis que se amargaba y dolía por sus heridas, su ruina y su aislacionismo, pero en no pocas ocasiones, para caer en la autocompasión, y sin querer -o poder, o saber- alzar la vista y observar cómo y por qué el resto de países europeos y americanos crecían y se modernizaban a mucha mayor velocidad -aunque, a la larga, dicha modernización trajera una mayor destrucción y mortalidad cuando dichos estados decidieron destruirse en la próxima I Guerra Mundial-. Si él quería dedicarse a una pintura, ilustración o diseño que demostraba -y en cierto modo, pedía al interesado, al espectador- alegría y fantasía, se encontró con una sociedad que, si bien contaba con intelectuales y críticos, no estaba para fiestas.

Ilustración de lo más detallista, como portada de la revista en la que más trabajó.

Aquí, una influencia clara del checo Mucha.


Influencia de los pre-rafaelitas, y su querencia por los temas medievales.

Nacido en 1868, treinta años después empezó a colaborar con el diario ABC, con su revista "Blanco y Negro" -una de las primeras revistas ilustradas de España-, y en otras publicaciones, como "La ilustración española", o "Helios", donde llegó a publicar más de mil ilustraciones, lo que es una auténtica barbaridad, y que hizo que fuera premiado en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes en seis ocasiones, entre 1892 y 1908. Tal vez por eso, por tener al medio escrito como vehículo de su trabajo, mucha gente lo consideró, más que un pintor, un ilustrador, un hombre "que hacía dibujos y anuncios para revistas"; en resumidas cuentas, un "moderno", que no tenía sentido comparar con auténticos artistas, o sea, pintores de murales o lienzos. Pero también se dedicó al diseño a la decoración -junto a Emilio Sala, del Teatro Español, y el Casino de Madrid-, profesor de arte -en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid-, escritor -libros sobre arte y estilo- y al diseño de muebles, joyas, vidrieras y tipografías. Algo, por lo demás, bastante habitual entre los modernistas -un ejemplo sería Gaudí, que no sólo era arquitecto, sino que diseñaba muebles, cerámica o enrejados de las casas de cuyos planos y formas era autor-.


Un par de portadas comunes en la época: una mujer atractiva y -para aquellos tiempos- moderna.


Una de sus muchas portadas modernistas para la revista "Blanco y negro".

Una temática de "historia romántica", o sea, con más imaginación que rigor histórico. En este caso, sobre el Egipto faraónico.

Moriría en la población de Cercedilla, cerca de Madrid, en 1955, y sus herederos donaron gran parte de su obra a su ciudad de nacimiento, donde se le hizo un primer homenaje en 1980. Otro parte de dicha obra está en manos del periódico para el que trabajó, y con la que -además de donaciones temporales del ayuntamiento del Puerto- se le ha realizado esta segunda exposición conmemorativa y de redescubrimiento.
Se puede observar, desde luego, una influencia del checo, parisino de adopción, Alphonse Mucha, y en general, tanto del modernismo -o art-deco, como se le llamaba en el mundo francófono-, como del simbolismo -una deriva más espiritual, profunda y en ocasiones surrealista del arte, aunque con cierto parentesco con los modernistas; en alguna ocasión, había artistas que practicaban ambos estilos-, y los todavía famosos -aunque fueran más bien victorianos- pre-rafaelitas británicos. Él, por su parte, aunque fuera conocido por el gran público, pero no siempre tomado demasiado en serio, sí que ejerció influencia sobre autores españoles más jóvenes. Por lo visto, tanto Juan Gris -trabajaron juntos en "Blanco y Negro", y se influyeron recíprocamente, pues Gris, más joven, no sólo aprendió del maestro, sino que le dio a conocer la rama modernista alemana y austriaca, más rupturista y radical que la franco-belga-, como el mismísimo Picasso, la reconocieron cuando empezaron a interesarse por la pintura de forma seria.
Eulogio Varela, Sinfonía de almas 2, Blanco y Negro, núm. 873, 25 de enero de 1908. Tinta, gouache y aguada cartulina, 498 x 162 mm. Museo ABC. Señala encima de la imagen para verla más grande.También tuvo tiempo para escribir un tratado sobre artes decorativas (1934), y obro sobre caligrafía, pues él, como otros seguidores de su estilo, utilizaba las letras no sólo como una forma de nombrar personajes, objetos o lugares retratados, sino como una forma más de arte.


Hojas de un tratado de Varela sobre caligrafía.

viernes, 7 de marzo de 2014

La ilustradora de las Diosas paganas: Emily Balivet.

Como novedad, un breve comentario sobre una ilustradora actual, dedicada a la representación de las diosas de la antigüedad, y algo más que eso.


Para variar, no sólo voy a hacer una entrada corta, sino también una dedicada a una persona viva -que no deja de ser, casi una novedad, dejando aparte a los autores de cómic, al escultor Plensa, y poco más-, y que se dedica, no a la pintura ni a la historieta, sino a la ilustración -realmente, sus creaciones son tanto dibujos comopinturas, siendo estas últimas las más numerosas, aunque no nos dan esta impresión; nos parecen ilustraciones más pequeñas de lo que realmente son, creadas con lápices, más que con pinceles-. 
Es difícil encontrar información sobre ella, al ser una autora poco conocida -realmente, yo me di con ella y su obra por casualidad, buscando ilustraciones para la entrada anterior, sobre Gilgamesh-, y como en internet se encuentran muchas cosas que, en un primer momento, pueden interesar, pero que si no se toma nota, se acaba volviendo casi imposible volver a encontrártelo por segunda vez, decidí hacer la entrada, más como una nota, que como una larga explicación. Bien, pues esta señora, natural del estado norteamericano de Vermont -conocido por ser la típica zona de Nueva Inglaterra rural, verde, llena de pequeños pueblos habitados por gente bastante abierta de mente, que hace su vida sin importarle demasiado ni las grandes ciudades, ni lo que sucede en el mundo, lleno de bosques, prados, y leyendas traídas por los antiguos inmigrantes británicos e irlandeses, o francófonos de Canadá-, se inspiró en los paisajes que vio en su infancia y juventud, y los que pudo disfrutar en sus estancias en Alaska, para reflejar la naturaleza no de forma realista, sino más bien mágica, colorista, cautivadora. Se ve claramente la influencia tanto del modernismo -el checo Mucha, sobretodo-, como de los británicos que formaron el heterogéneo y extraordinario grupo de artistas que fueron conocidos como pre-rafaelitas. Sin embargo, dentro de ese marco natural, o de antiguos templos o bibliotecas olvidadas faltaba algo: sus protagonistas. Y estas fueron, básicamente, diosas y mujeres de orígenes divinos o semi-divinos -sobretodo de la mitología celta o influidas por las leyendas sobre el rey Arturo y su tiempo-, acompañadas de brujas -o hechiceras, magas, o simples curanderas; lo de "brujas" fue, más bien, invento de los fanáticos e incultos habitantes de la oscura, o no tan oscura, Edad Media; aunque su persecución, realmente, empezó cuando acababa el Medievo y se vislumbraba el Renacimiento, y más allá-. Lo más interesante, es que su arte no sólo se puede disfrutar por internet, sino también conseguirse en forma de láminas o postales.

Pero mejor, enseñar aquí algunas de sus creaciones, y poner un enlace con su web, donde exhibe toda su obra.

Además de los pre-rafaelitas, se nota la influencia de los primeros pintores del Renacimiento.

Un rezo pagano bajo la luz de la Luna.
Una supuesta sacerdotisa pagana -¿griega, romana?; no, céltica-, pero con un look años 20.

Otra panorámica con influencias renacentistas.

Alfons Mucha, y los simbolistas.

Sacerdotisa de algún rito olvidado.


La epopeya de Gilgamesh.

El primer relato de ficción escrito de la historia.


Hacía tiempo que no escribía algo que tuviera, aparte de una base literaria, también histórica, así que me he decidido a comentar un libro, o más bien una historia, y el análisis de ésta, que hace bien poco que he podido leer: "La epopeya de Gilgamesh", que, como indica el subtítulo, es el primer relato de ficción que nos ha llegado de forma escrita, porque, es evidente, debieron existir, a lo largo y ancho del mundo, muchos otros inventados por seres humanos de otras culturas, además de la sumeria, de la que dicha historia proviene, pero, o no nos ha llegado, o lo ha hecho, pero después de tantas transformaciones, versiones, y cambios después de pasar de boca en boca, que nos resultarían totalmente irreconocibles si llegáramos a compararlos con lo que actualmente podríamos leer. De tal forma, relatos que forman parte de la Biblia, o de leyendas y obras chinas o indias, aunque puedan tener raíces antiguas en extremo -incluso, prehistóricas, neolíticas-, serían más modernas que el Gilgamesh, debido a que han ido mutando, hasta transformarse en otra cosa, o en parte de obras posteriores. 
Pero es mejor no extenderse en el preámbulo, y explicar, tanto la historia en sí misma -no creo que se pueda hablar, aquí, de spoiler, o como se quiera llamar el destripar el final de relatos, películas, o lo que se tercie, tratándose esto, más que un comentario literario, de uno histórico y, casi, de arqueología literaria-, como la época -o épocas, debido a sus diversas versiones, aunque conservando siempre la base y los personajes-, como el estilo.


Un héroe, en absoluto perfecto e ideal, cuya voz llega desde lo más profundo de la historia humana.

Sumer, o Sumeria, fue, muy posiblemente, la primera civilización auténticamente histórica de todas las que ha dado la especie humana. Y es tanta su antigüedad, que ni tan siquiera es posible, realmente, saber cuando deberíamos empezar a datarla. Y, aunque no quiera hacer de esta entrada un repaso de toda su existencia, no puedo dejar de hablar de ella, aunque sea muy por encima, pues, desde la infancia, en que empecé a leer, y a aprender por mi cuenta, historia de las distintas civilizaciones, Mesopotamia me llamó la atención, e intenté saber hasta donde llegaban las raíces culturales de los famosos babilonios y asirios, y, finalmente, encontré que todo empezó en el sur y el centro del actual Irak, hace más de cincuenta siglos -tal vez, unos 5.400 años, aunque nada es seguro-. Allá aparecieron las primeras ciudades -ciudades-estado, que raramente fueron capaces de crear una estructura de estado mayor, aunque en los últimos tiempos, como un canto de cisne, y por influencia de los semitas que formaron el Imperio de Akkad, el primero de Mesopotamia, hubo urbes, como Ur, que sí lograron la unificación casi plena de Sumeria-, con ellas, la estructura estatal, con sus funcionarios, hombres de armas, contabilidad -y con ella, la escritura, que durante mucho, no dejó de ser para ellos un invento secundario-, una religión estructurada y con enorme poder -se cree que estas ciudades, durante siglos, al menos algunas de ellas, fueron auténticas teocracias, donde el soberano era más un gran sacerdote que un auténtico monarca, o enki-, y, finalmente, auténticos reyes, o lugal que dirigieron el crecimiento de dichas urbes, levantaron murallas, palacios, e imaginaron -y llegaron a cabo- lo que ahora llamaríamos planificación urbana, amén del comercio interior y exterior, la manufactura, la navegación...

Restos de la ciudad de Uruk, la primera ciudad sumeria en lograr un gran poder militar y político.

Reconstrucción del palacio real y del centro de Uruk, en tiempos de Gilgamesh o no mucho tiempo después, cuando era la ciudad más grande del mundo.

Es evidente que una civilización como esta, que desarrolló las matemáticas, la astronomía -y la astrología, que en aquella época venían a ser lo mismo-, y que inventó la rueda -menos antigua de lo que podría pensarse-, a la larga, debía producir mentes lo suficientemente avanzadas y fértiles -y con el suficiente tiempo libre- como para, además de salmos y cánticos religiosos, o canciones y refranes, fuera capaz de imaginar algo más, desde un punto de vista literario. Y más, cuando tenían a mano una escritura, un alfabeto, aunque fuera tan complicado como el cueniforme -llamado así, por estar formado por pequeñas cuñas que se unían formando multitud de letras, que llevaron de cabeza a generaciones de arqueólogos y lingüistas-; ya que habían conseguido lo más complicado, la escritura en sí misma -en principio, básicamente números, pues su mayor servicio y uso consistía en dar a conocer, y dejar constancia, de las entradas y salidas de productos por compras, donaciones, impuestos...-, era lógico que, antes o después, ésta fuera utilizada para poner por escrito lo que las más fértiles de sus mentes eran capaces no sólo de recordar, sino también de reinventar y, finalmente, de imaginar de principio a fin. Gilgamesh, por lo demás, no es un personaje ficticio. Al menos, no del todo. Él fue uno de esos reyes legendarios, casi mitológicos, que separaron el poder político -el que ejercieron como monarcas- del religioso. En resumidas cuentas, que inventaron lo que ahora se llamaría "estado laico". Y debió ser hombre extraordinario, para bien o para mal, que en aquella época venía a importar poco -los sumerios, como otros pueblos de la época, pensaban que un monarca, antes que nada, debía ser poderoso y temible; si además era dadiboso con sus súbditos,  mejor, pero, si era un tirano, aunque no se le agradecía, evidentemente, hasta cierto punto se comprendía y aceptaba; lo del tiranicidio, invento griego, todavía tenía que hacerse esperar-, y, al pasar las generaciones, sus hazañas crecieron tanto como fuerte era su recuerdo, llegando a ser considerado por más de lo que realmente fue. Esto hizo que, cuando la escritura pasó a ser herramienta literaria, el antiguo rey de carne y hueso ya era parte de la complicada y poco conocida mitología sumeria, y más adelante, semítica -akkadia, babilónica, mari, asiria...- resultando difícil discernir y separar realidad, ficción, exageración y mitificación pura.
Bien, se podría decir, que la historia de tan curioso, enérgico, y un tanto brutal personaje, ha llegado a la actualidad por medio de tres versiones sucesivas, que, además, corresponderían a tres civilizaciones que se irían turnando en la dominación política, y el influencia cultural, en la tierra de los dos ríos: la primera, se supone que la original, sería la sumeria, en forma de -al menos, porque podría haber más, todavía por descubrir- cinco largos poemas autoconclusivos, pero que, claramente, forman parte de una obra mayor; la segunda, que algunos historiadores llaman "paleo-babilónica"; o akkadia -lo de "akkadia", es por estar escrita en un dialecto de dicha lengua, que fue la usada durante el primer imperio semita, Akkad, y que, en el 1700 a.c., que es cuando más o menos se escribió, se usaba, en su forma de dialecto meridional, en la antigua Babilonia, tal vez gobernada por aquella época por Hammurabi; personaje real, como Sargón, el creador del poderío akkadio, y casi tan mítico como él-, correspondería, ahora sí, a una versión que forma un único relato, mucho más largo, y sin problemas de contradicciones o visiones distintas de los protagonistas; la tercera, más literaria, correspondería a un autor que sí conocemos por su nombre,  Sin-lequi-unninni, un sacerdote, y, por lo visto, escritor -no en el sentido profesional, pues no existían como tales, sino artístico, casi sagrado- de la época en que Babilonia y Asiria eran dos potencias medianas, que intentaban someterse y combatirse. Fueron los asirios de la época imperial, los que consideraron su versión como definitiva, y fue también, en un palacio asirio, el de Asurbanipal, uno de los últimos grandes monarcas de este pueblo, que gobernó durante el siglo VII a.c., donde a mediados del siglo XIX, arqueólogos británicos descubrieron las tablillas que contenían la historia, y que tuvo que esperar veinte años (1872) hasta poder ser traducidos.
Sin-lequi-unninni parece que, como mínimo, aparte de modernizar un tanto el estilo, darle un aire más épico y poético, cuenta con dos aportaciones inéditas: el prólogo, donde habla de la grandeza de Uruk, y la historia del Gran Diluvio, o como se le llama en la Biblia, el Diluvio Universal, que está claro que fue adoptado por los antepasados de los judíos -el clan familiar de Moisés, que daría paso a la tribu, y después pueblo de los antiguos hebreos-, que después de vagar por las arenas del norte de Arabia o de lo que ahora es el oeste de Irak, decidieron vivir temporalmente a las puertas de la sumeria -o tal vez, ya akkadia- Ur, una de las ciudades más antiguas de la zona, y del mundo.

Una estatua moderna de Gilgamesh.


Y una ilustración basada en una antigua.

La historia de Gilgamesh. Un casi olvidado personaje histórico transformado en héroe cultural y mitológico.

El Gilgamesh histórico fue un monarca-sacerdote -un enti, todavía no un lugal, o monarca únicamente político y militar- de la ciudad de Uruk, hará casi 5.000 años, y fue el quinto rey de la considerada primera dinastía. Uruk era la mayor y más poblada de las ciudades sumerias, y ya era urbe importante -dentro de lo que cabe- antes todavía de la llegada de los sumerios al sur de Mesopotamia, pues éstos no eran un pueblo autóctono, y se instalaron cuando el neolítico ya estaba muy avanzado en la zona, y algunas aldeas se habían transformado ya en pequeñas ciudades. Poco o nada se sabe todavía de su origen, ni como llegaron allá, fuera en barco por el Golfo Pérsico, atravesando la meseta iraní, o de cualquier otra forma. Pero dejando aparte este misterio, pues mejor sería extenderse en ello en otro momento, decir que Gilgamesh, que dejó un hijo en el trono -al contrario de lo que podría pensarse tras leer su historia ficticia-, debió ser un monarca que dejó impronta, pues levantó -o reconstruyó- las murallas de la ciudad, y ejerció también de sacerdote y jurista.
En la leyenda, parece que Gilgamesh -Bilgamesh, en sus  primeras versiones,  en los poemas independientes sumerios- era un tirano que oprimía al pueblo, que se creía con derecho de poseer a todas las mujeres de la ciudad -incluyendo  a las novias recién casadas- y que, según se  cuenta "agotaba a los jóvenes", no se sabe bien si en guerras,  en combates o juegos -donde demostraba siempre su superioridad física- o con trabajos físicos. La cuestión es que su tiranía, en un ser con medio origen divino - su madre era la diosa Ninsun, de la que poco  se  sabe,  excepto  su  condición  de sabia- acabó  con  la paciencia de los dioses, que  como los griegos, parecían vivir en una especie de inalcanzable Olimpo, pero que vigilaban a los humanos, y decidían, en ocasiones tras agrias disputas, qué hacer -o no hacer- para  ayudarlos o castigarlos, según les apeteciera. Entre estas deidades,  no existían lo  que serían un padre y  una madre  de todos ellos, aunque sí había jerarquías - una especie  de "señores" divinos-: Anu, el dios  del cielo, que parecía una especie de dios principal, y Aruru, la gran diosa madre,  que son los que deciden tomar  cartas en el asunto. El primero le  pide a la segunda que, igual que en otra época creó la humanidad a partir del barro, o de la arcilla, vuelva a crear con ese material a un hombre en particular, fuera de lo común, de enorme fuerza y poder, para que  obligue a  Gilgamesh a respetar a su pueblo y gobernar con prudencia, y, de paso, para que se transforme en su amigo y compañero. La diosa creará, entonces, una especie de doble del rey, pero que, al  criarse entre  animales,  en el  monte, no  conoce  ni  la civilización ni  el habla, y  prefiere vivir entre animales, alimentándose, incluso, de hierba y frutas,  para no matar a ninguno de ellos. Este "hombre-bestia" nacido de la tierra será Enkidu.
Gilgamesh sabe por un trampero de la aparición repentina de aquel gigante desnudo y sin habla, y piensa que podría, llegado el caso, arrebatarle el poder -no es que se hubiera ganado el cariño de su gente, precisamente; además, el Gilgamesh histórico debió reinar en una época todavía primitiva, en que el poder se ganaba y perdía de forma parecida en su ciudad o en una tribu bárbara: por medio de la fuerza bruta en un combate singular-. Pero como, más que combatirlo, lo que desea es conocerlo y amansarlo, para transformarlo no en un enemigo, sino en un compañero -como había soñado en varias ocasiones, dando a entender dichos sueños que la relación entre ambos era de algo más que amistad; en realidad, en alguno de los poemas más antiguos, es incluso sexual-, mandará al trampero con una aliada muy especial: Shamhat, una harimtu, una sacerdotisa-prostituta de la diosa Ishtar -Inanna, para los sumerios-. Pronto se sabrá la razón por la que el monarca envía a esta mujer para encontrarse con aquel primitivo y terrible personaje: Shamhat tendrá la obligación de "civilizar" a Enkidu, mostrándose desnuda ante él, manteniendo relaciones puramente sexuales -y lo de "puramente" tiene sentido: es mediante el sexo, que el hombre primitivo se civiliza, cambia su mente y su visión del mundo, y los animales, al darse cuenta de ello, dejan de verlo como uno más, y huyen de su presencia-, hasta que el buen hombre tiene la necesidad -y el deseo- de acompañar a la sacerdotisa a la ciudad, donde Shamhat desea llevarlo para que su rey lo conozca y juzgue qué hacer con él. En el viaje hacia la gran urbe, la mayor de su época en el mundo, Shamhat le enseñará poco a poco a hablar -es un buen alumno, porque necesitará sólo unos días para expresarse correctamente-, y ya en la ciudad, le explica la diferencia entre civilización -con sus grandes edificios, su música, sus fiestas, sus sacerdotisas dispuestas a "acoger" a todo hombre que así lo desee  -a cambio de un donativo que varía según sus posesiones e ingresos-, sus comidas y sus ropas caras- y la barbarie -vivir con y como los animales, desnudo y sin capacidad de expresarse-. Siendo invitados en casa de unos pastores, hasta le enseñará cómo son los alimentos humanos, y cómo comportarse en la mesa. Porque Shamhat la harimtu, de entre todos los personajes de la historia, es uno de los más comprensivos y de mente más abierta y generosa. Los personajes femeninos, en general, no salen mal parados. Más bien al contrario. La única mujer retratada de forma despreciable, por cierto, no será una mujer mortal, o una diosa menor y muy humana, como la madre de Gilgamesh, sino la misma Ishtar, la princesa de los dioses, y señora del amor y, al tiempo, de la guerra.

Una visión de Enkidu con Shamhat, de Fernando Baldó.

Ya tenemos a un Enkidu civilizado, vestido y con el pelo y la barba cuidados. Ha oído hablar de Gilgamesh, y, por lo visto, su único deseo, más que conocerlo, es el de vencerlo. Pero no para erigirse rey sino, más bien, para demostrar que él es el más fuerte. Tiene suerte a la hora de hallarlo: se cruza en la calle con un joven que va a una boda, y que le explica que, una vez acabe la ceremonia, la novia esperará en su casa al rey, para yacer con él antes que con su flamante esposo. Como ya no tiene a la sacerdotisa a su lado para aconsejarlo -desaparece de la historia, pues ya ha cumplido su misión,  y vuelve al templo de Ishtar, donde está su principal razón de vida-, decide ir a buscarlo, y no tarda en encontrarlo, dirigiéndose a la casa de la novia -el joven le explicó donde estaba-. El encuentro de aquellos dos gigantes de mente un tanto simple acaba en una pelea de colosos, que hace temblar los cimientos de las casas de toda la calle, y finaliza con una difícil victoria de Gilgamesh. Es en ese momento, donde desaparece cualquier tipo de enfrentamiento entre los dos hombres, transformándose en dos grandes e inseparables amigos.
Al poco, Gilgamesh dice que el dios Shamash -dios del cielo, y por lo visto, de la sabiduría, o la inteligencia- le ha dicho que vaya a los grandes bosques de cedros del oeste -o sea, de lo que ahora son el Líbano y la Siria occidental, que para los sumerios eran regiones lejanas aunque no desconocidas, y los imperios semitas posteriores intentaron, y a veces consiguieron, dominar-, para acabar con el monstruo Humbaba -o Huwawa, en sumerio-, para, así, librar del mal -o del mal que él podría realizar- al mundo. Realmente, en ningún sitio se demuestra que Humbaba sea realmente malvado. Sólo es terrible, mortal para los que intenten entrar en los bosques de cedros, donde ejerce de guardián por orden de Enlil, el dios de la tierra y los bosques. Como se ve, los dioses de aquella temprana época también tenían sus rencillas, y utilizaban a sus criaturas -humanas, animales o monstruosas- para combatir en su nombre en el planeta Tierra.
Enkidu, como los ancianos del pueblo, le aconseja que no vaya, hasta que Gilgamesh lo convence no sólo para que le deje marchar, sino también para que le acompañe. Después de recorrer una enorme distancia en pocos días -son mortales, pero no hombres normales; son "superhombres", una especia de antiguos superhéroes étnicos-, cargados de armas, se encuentran a las puertas del gran bosque, tan esplendido y extraño para dos individuos de una tierra, Mesopotamia, donde los árboles son escasos, y la madera un producto precioso. El monstruo los amenaza,  los aterroriza -no se acaba de saber qué aspecto tiene, excepto que es horrible, o que inspira terror, y que tiene grandes colmillos; tal vez tenga un aspecto humanoide, menos animal de lo que se pensó en un principio-, pero los héroes -o más bien, los invasores- no hacen caso, y tanto o más pro gloria personal y deseo de pasar a la historia, que por librar al mundo del monstruo, lo atacan, hasta que, con ayuda de los vientos -Shamash, como dios del cielo, los controla, aunque en ocasiones, se considera a Enlil señor de éstos- consiguen atrapar entre sus manos a Humbaba. Éste les pide que le dejen vivir, y que se lleven la madera que quieran, y que entiendan que sólo hacía su trabajo, y obedecía a Enlil. Pero Enkidu, al ver a su amigo flaquear, lo mata, haciendo no sólo que Enlil enfurezca, sino también, curiosamente, Shamash. Por lo visto, éste quería que vencieran al monstruo -y así, tal vez, avergonzar a su rival divino- pero no que lo mataran. Pero los compañeros no parecen preocuparse por ello, y retornan orgullosos a Uruk, después de talar numerosos árboles, sin más razón que el demostrar que han vencido al que los guardaba.

Un bajorrelieve mesopotámico de Ishtar, diosa de armas tomar, pues lo era, al tiempo, del amor y de la guerra.

Ishtar por Nuggettygoodness
La diosa Ishtar -la Inanna sumeria; la Astarté cananea-fenicia-cartaginesa-, con quién Gilgamesh y Enkidu tuvieron sus más y sus menos.

La muerte de Enkidu, y la búsqueda de la inmortalidad.

Después de semejante demostración de fuerza bruta, era normal que hasta una diosa quisiera tener algo más que una simple amistad con Gilgamesh, que tenía -al fin y al cabo- media sangre divina -en las tablillas encontradas se habla de 2/3, aunque no está demasiado claro como puede ser esto posible, pero tampoco vamos a pedir a los más antiguos sumerios que se aclaren en cuestiones de herencia genética-, y que, supuestamente, había vencido por sí solo al monstruo Humbaba. El hecho de que Enkidu, que en principio no deseaba participar en aquella aventura, finalmente no sólo lo animase a seguir, sino que acabara matándolo con su propia mano no parecía tener la mayor importancia, como tampoco la ayuda de Shamash, señor del sol, y también de los vientos. Así, Ishtar -Unanna, en lengua sumeria- se le aparece, y se le ofrece no como un ser divino, sino como una mujer mortal normal y corriente. No es que quiera realizar con él ningún tipo de viaje astral, o hazaña de raíz sobrenatural, ni historias así: simplemente, lo quiere como amante, disfrutar y hacer disfrutar mediante el sexo. Al fin y al cabo, esto es lógico, pues Ishtar es, al tiempo, diosa del amor sexual, pero al tiempo, también de la guerra. Lo de serlo también de la paz o el matrimonio, parece que todavía no había llegado, y más bien correspondería a otras divinidades. O a ninguna, si se analiza con detenimiento lo que cada una de ellas representaba.

El dios Shamash (sentado, a la derecha), señor del cielo y el sol, al lado de Hammurabi de Babilonia.

Aspecto que pudo tener Ur, cercana a Uruk, otra gran potencia sumeria.

Pero Gilgamesh no parecía tener ningún interés en caer en las garras de la "señora sangrienta", como a veces se le representaba después de la batalla. Le recuerda como acabaron varios de sus amantes, humanos o animales -lo cual resulta cuanto menos curioso; creo yo, desviándome un poco de la opinión de los expertos, que cuando se habla del amor de Ishtar por un caballo o un pájaro, más que atracción sexual, sería el capricho por un animal que tendría una niña o joven malcriada, que una vez que se ha cansado de la pobre bestia, o la abandona, o, teniendo el poder que tiene, lo mata o tortura-. Como Ishtar es tan orgullosa como correspondería a una diosa tan poderosa como bella, le pide prestado a su padre Anu el llamado Toro Divino -prestado, como cuando hoy en día la hija o hijo le pide el coche a sus padres; está claro que, por muy dioses que fueran, no dejaban también de ser una familia, y ya se sabe la debilidad de los padres por sus hijas-, que era, como Humbaba, una creación menor semi-divina, un ser quizá inmortal, de enorme fuerza, pero inteligencia limitada, y siempre obediente a los dioses verdaderos. Este toro llega a la tierra, y por donde anda, hay terremotos y desgracias. Se le enfrentan los soldados de Uruk, la ciudad de Gilgamesh, pero son exterminados -unos trescientos, que en aquella época era una barbaridad-, hasta que se topa con el rey y su amigo, que, como si fuera un juego sangriento, profano y sagrado al tiempo -¿los misteriosos juegos de tauromaquia de la isla de Creta, muy posterior en el tiempo, tendrán algo en común con este combate del hombre contra la bestia cornuda?-, lo matan en breve y dura lucha. Y como si esto fuera poco, Gilgamesh arranca una pata de la bestia, y la lanza al templo de la diosa en la ciudad. Curioso aquel, que Ishtar tuviera un templo con sus sacerdotisas, reverenciado y visitado por todos, pero el rey, que antes habría acudido allá a rezar o pensar, le lanzara una pata de toro como si se la tirase a ella misma.
Claro está, aunque la diosa poca o nula razón tuviera para desear el castigo de Gilgamesh y Enkidu, forzó a su padre a hacerlo recordándole que habían matado a su querido toro -callando, claro, que lo había mandado a la tierra porque su niña se lo había pedido-, así que Anu, y tal vez otros dioses, deciden que, después de días de sufrimiento, muera Enkidu. En lugar de matar al rey, acaban con su mejor amigo, consejero y compañero, y tal vez también, lo más parecido a un amante. Gilgamesh enloquece de dolor, espera días pensando -pobre iluso- que como pago a su sufrimiento, su amigo resucitaría, pero en lugar de eso, verá un gusano saliendo por su nariz: no sólo está muerto para siempre, sino que acabará también reducido, a la larga, a podredumbre, a "volver a la arcilla".
Decide, pues, pensar que, si la muerte es tan terrible, debería saciar su dolor, al menos en parte, buscando en alguna parte la inmortalidad, y recuerda la leyenda del primer rey de Uruk, antepasado suyo, Utnapishtim, el antecesor sumerio de Noé, que sobrevivió al gran diluvio junto a su familia, amigos y servidores -más gente, desde luego, que en el diluvio bíblico, y que aquí no parece haber sido mundial, sino más bien regional, aunque terriblemente destructivo-.  
Caminará durante días, a una velocidad superior a cualquier humano, y apenas sin descanso. Llegará a un túnel guardado por un hombre y una mujer escorpiones -una especie de monstruos antropomorfos- que, al oír su historia -la pérdida del amigo, su dolor, la búsqueda de la inmortalidad y de su antepasado- parecen más comprensivos de lo que podría pensar -sobretodo la mujer; los personajes femeninos, menos Ishtar, son más positivos que los masculinos-, pasa por el túnel lo suficientemente rápido para que la luz que a determinada hora lo atraviesa no lo ciegue y mate, y llega, en lo que podría considerarse casi el confín de la civilización, el fin del mundo, una posada -que ya es imaginar- atendida por una mujer -tal vez una diosa menor, o una mujer semi-divina, no se conoce bien su naturaleza-, Shiduri, que le cierra la puerta al verlo tan agotado y, a la vez, tan enfurecido y nervioso. Gilgamesh se presenta, le pregunta por Utnapishtim, y la posadera -la considerada diosa de la cerveza, lo que demuestra la importancia que esta bebida tendría en ya en aquellos tiempos-, le da, básicamente, unos buenos consejos, y le indica que, para llegar al rey inmortal, debería pasar por un lago de aguas mortales con solo tocarlas, pero que, con la ayuda del barquero de los dioses, Urshanabi, y sus ayudantes, los hombres de piedra -o las piedras en forma de hombre, no se sabe bien-. Pero como Gilgamesh es un bruto, destruye a estas "piedras vivas", y el barquero, sorprendido por semejante demostración gratuita de fuerza, le dice que, si quiere que le pase, tendrá que usar gran número de pértigas -largas cañas- como remos, para llegar a donde aguarda el rey.

Diluvio
El arca de Utnapishtim, antecesor mitológico de Noé, que parecía más una caja de madera que un barco.

Pero Utnapishtim no está por la labor de aguantar a semejante pelmazo, y después de hacer mala cara por destruir a los hombres de piedra, y de molestarle con su dolor, le hace saber que la muerte llega a todos, y que no fastidie más. Pero antes, le cuenta la historia del diluvio - el Atrahasis, donde se cuenta la misma historia con más detalle, y que no deja en mu buen lugar a los dioses, a los que se les retrata no sólo con defectos muy humanos, sino también, en cierto modo, dependientes de ellos y de sus dádivas-, de cómo fue elegido por el dios Ea, el sabio, para que salvara una pequeña parte de la humanidad, y parejas de todos los animales, y que antes construyera un gran arca -en forma de cubo, no de barco con quilla, por lo que cuenta-, porque el resto de dioses parecen estar hartos, no se sabe bien si de la maldad humana, o de su enorme número y el ruido que los humanos organizan. Por haber salvado al género humano y a los animales, se le otorgará a él, y también a su mujer, la inmortalidad. Pero después de siglos de vida, más que otra cosa, el no morir resulta tan pesado como aburrido. Y no da ganas de nuevas experiencias; por ejemplo, aguantar visitantes no esperados.
Gilgamesh vuelve triste a su casa, porque los consejos de Shiduri y Utnapishtim -disfrutar de la vida, esperar en paz la muerte- no le convencen. Pero la mujer del rey, también inmortal, y cuyo nombre no se conoce, le habla de una planta, un alga que crece en la profundidad de un lago, que da, si no la inmortalidad, sí el rejuvenecimiento. Gilgamesh piensa en conseguirla -cosa que, con esfuerzo, pues casi se ahoga, consigue-, y probarla en su ciudad con un anciano -si muere, ya era muy viejo; si rejuvenece, la guardará para usarla cuando él también lo sea, y podrá usar otras hojas de la planta de forma indefinida-, pero cuando sale del agua, una serpiente la huele y se la lleva, la devora, y rejuvenece, sin dejar nada al obstinado monarca.
Gilgamesh podría desear morir, desesperarse, maldecir, pero parece haber aprendido una lección. Vuelve a su ciudad cambiado, con deseos de gobernar como un rey humano, justo y honrado. Al final del poema, pues toda la historia es un gran poema de multitud de versos, se vuelve a hablar de Uruk, volvemos a leer su descripción, pero ahora es Gilgamesh el que nos habla, a través de los milenios, las generaciones, después de que en Mesopotamia y el mundo hayan aparecido y desaparecido multitud de culturas y estados, y nos indica que Uruk es, para él, la mejor ciudad del mundo, que no hay nada mejor que recorrerla una y mil veces. Y, con sus palabras, después de milenios, sigue viva para seres humanos que, para los contemporáneos del Gilgamesh histórico, habrían resultado poco menos que personajes de lo que llamamos ciencia-ficción.

Hay posibilidad de leer la historia, nunca completa -no ha llegado hasta la actualidad de ninguna forma o copia-, en libros o webs, pero quizá la más interesante sea la de Stephen Mitchell, que se basa en la última y más literaria, la de Sin-lequi-unninni, pero ayudándose de la paleo-babilónica -la que posiblemente existió en tiempos de Hammurabi- y de los poemas netamente sumerios, y rellenando huecos con palabras o frases que pensó convenientes, imitando lo mejor posible el estilo de la época.

Ejemplo de escritura cueniforme. En este caso, de Babilonia -akkadio meridional, o tal vez una forma posterior, más "nacional".

El personaje de Gilgamesh, el protagonista del primer relato de ficción -poético, aunque en ocasiones traducido en forma de prosa, por resultar más sencillo y agradable de leer- plasmado de forma escrita por los seres humanos, no deja de ser algo parecido a un ser tan primigenio, tan aparecido de la nada, en los inicios de la historia humana, como su amigo Enkidu. Por decirlo de alguna forma, sería el más antiguo de los antepasados de todas las historias que, durante milenios y en todo el mundo, se contarían de forma escrita por miles y miles de hombres y mujeres. Y hasta ahora. No será, desde luego, la mejor historia imaginable, pero sí la primera de la que tenemos constancia. Y eso la hace tan especial y fascinante, y por eso, tal vez también, dio tanta energía y deseo a sus primeros descubridores, en el siglo XIX, de seguir buscando fragmentos hasta completarlo casi totalmente.