sábado, 25 de abril de 2015

Los prerrafaelitas (XVI): Albert Joseph Moore, inglés y neo-clásico, el mejor retratista de la mujer romana.

Considerado en ocasiones como un autor secundario, fue también el mayor ejemplo de artista neo-clásico, incluido también en el prerrafaelismo.


He aquí otro ejemplo de artista que, por un lado, sería un prototipo de neo-clásico, pues la casi totalidad de su obra representa a mujeres -las figuras masculinas son tan raras como secundarias, incluso cuando las vemos en el mismo plano que sus "compañeras" femeninas-, como prerrafaelita, por la importancia que se le da al color, la luz, la belleza, la textura -la representación, lo más realista y llamativa posible, de las telas, los mármoles, la vegetación...- y la temática de la Antigüedad como una época perdida, tan bucólica y tranquila como, en la práctica, falsa. O no tanto, pues no sus obras no dejan de ser tanto una excusa, como una puerta para que los europeos modernos nos interesemos y podamos viajar a aquella lejana época.
Una cosa sí es cierta: de haber nacido en aquellos lejanos tiempos, Moore se podría haber ganado bien la vida retratando las damas  novilis -los patricios y plebeyos ricos, pues a partir del descubrimiento de Pompeya, se pudo comprobar que, al contrario de lo que se pensaba antes de ello, los romanos daban gran importancia a la pintura, que con ellos llegó a un nivel muy alto, aunque no gustaran de cuadros en lienzos, sino que pintaban directamente frescos en las paredes de sus casas, y probablemente también en negocios privados y en templos y edificios públicos.


Un interminable desfile de damiselas romanas.

Albert Joseph Moore (1841 en York; 1893 en Londres, en el barrio de Westminster) nació y se crió en la muy numerosa familia del también pintor de retratos William Moore, que se casó dos veces, y que tuvo con sus esposas nada menos que catorce hijos, trece de ellos varones. Como era una persona que se tomaba en serio su trabajo, y consideraba la pintura como una buena forma tanto de llenar la vida de una persona, como para poder ganársela honradamente, intentó que algunos de sus hijos también se dedicara a ello, y al menos dos, Albert Joseph, y Henry, lo consiguieron de sobra.
Su padre fue su mejor y principal maestro, aunque, ya de niño, también estudió en las escuelas de arte de la ciudad de York -la de S. Peter, y la de Holgate. Llegó, incluso, a ganar una medalla del departamento de ciencia y arte en Kensington, en 1853, cuando apenas contaba con doce años.
Tras la muerte de su padre, y con la ayuda de su hermano John Collingham -entre tantos hijos, es normal que la diferencia de edad entre los mayores y los pequeños fuera grande- le ayudó a estudiar en la escuela primaria de Kensington y, más adelante, en la Royal Academy. En 1857, con apenas dieciseis años, ya envió allá algunas obras, para conseguir ser aceptado en su seno.
Albert Joseph Moore.jpgEn principio, Moore trabajó en el mundo de la arquitectura -llegó a viajar a Francia, en 1859, por esa razón-, y seguiría con proyectos tanto de temas sagrados -tema que sólo tocaría en su juventud-, como en el mundo de la decoración: azulejos, vidrieras, papel pintado..., además de pintor mural, también, sobretodo, en el plano eclesiástico -o sea, no sólo temática religiosa, sino en edificios también religiosos-.
Pero Moore (en la foto de la derecha, cuando ya era un pintor famoso), aunque se ganaba bien la vida, tenía interés en ser pintor de lienzos, y más que la temática religiosa cristiana, sentía más interés por el mundo antiguo romano. Y sobretodo, estaba mucho más interesado en dibujar mujeres jóvenes y atractivas que hombres, o, en general, en santos o vírgenes. El tipo de mujer que le gustaba retratar no era tan raro en la pintura de la época: se trataba de una joven lánguida, de aspecto entre delicado y despreocupado, de origen social elevado -o, al menos, no especialmente modesto-, y que parece que no tiene gran cosa que hacer en la vida excepto aburrirse, posar para un artista imaginario o, a lo sumo, escuchar música o poesía, tomar el sol o el fresco, o disfrutar de la compañía de, principalmente, otras mujeres de su misma edad y condición social. Como también reflejaba el lujo de la época, se consideraba que representaba, de alguna forma, la decadencia y la molicie del mundo antiguo que, naturalmente, fueron responsables de su caída ante los bárbaros. Algo, por lo demás, de una simpleza bastante mayor que los retratos de Moore que, al fin y al cabo, nunca intentaron ser una lección de historia. Las mujeres que representaba eran de una clase social que no tenía necesidad de trabajar, que apenas tenía obligaciones dentro del hogar, pues contaban con una legión de esclavos y libertos a sus órdenes, que contaban con su juventud -real o presunta- y su belleza -o, al menos, su elegancia y feminidad- para resultar socialmente destacables y resaltables, y que no podían -y eran educadas con esa idea- ni trabajar, ni dirigir negocios, ni dedicarse a la política o el arte. En resumidas cuentas, no es que fueran mujeres perezosas por naturaleza; sólo eran, por decirlo así, hijas de su tiempo y su clase social. Si Moore hubiera pintado esclavas, o mujeres campesinas o trabajadoras, habrían sido, desde luego, bien distintas. Y tal vez, también, más interesantes y realistas.

Archivo: Albert Joseph Moore - Una noche de verano - Google Art Project.jpg
"Una noche de verano" (1890). En aquella época, finales del siglo XIX, el público ya estaba bastante habituado, dentro de lo que cabe, al desnudo femenino. En realidad, las mujeres representadas lo mismo podrían ser mujeres de la Antigüedad como contemporáneas -del pintor, se entiende-, o ninfas o seres mitológicos extremadamente humanos. Serían mujeres que disfrutan de la compañía mutua, sin varones delante, y que parece que podemos observar tras alguna pared, por un agujero no descubierto por ellas.

A Reverie - Albert Joseph Moore
"Ensueño" (1892), donde la joven, sentada en su artística silla como si fuera un trono, parece abstraída, como si el mundo no fuera con ella. Se puede ver el extraordinario detallismo en el mueble, la alfombra, las flores... no pocos artistas tomarían nota de todo ello, cuando el nombre de Moore ya estaba casi olvidado.

La Royal Academy fue un lugar ideal para exponer su obra. Más que prerrafaelita, aunque se le podría considerar como tal -si no somos demasiado exigentes a la hora de poner etiquetas-, era un auténtico neo-clásico, un tipo de artistas que resultaban interesantes en la Gran Bretaña victoriana que, por lo demás, aunque su clase dirigente -y muchos que no lo eran también- comparaban el Imperio Británico con el Romano, no les hacía gracia que se pudieran buscar paralelismo entre la presunta decadencia y degeneración moral del gran imperio de la Antigüedad, con el británico, dueño de un cuarto del mundo habitado.
La forma de representar a la figura femenina, la ropa -no es fácil, pintar pliegues y arrugas, ni los diversos tipos de telas-, o los elementos secundarios, como adornos florales, cortinas o mobiliario, hizo que su obra influyera en pintores y, también, tanto en ilustradores como en decoradores de épocas posteriores, incluso cuando el prerrafaelismo y el neo-clasicismo habían quedado relegados a un olvido casi absoluto, tras la llegada de estilos mucho más rupturistas y menos realistas.
Aunque ahora pueda resultar, dentro de ser un tanto anacrónico, un artista atractivo, en su época no tuvo nunca una gran popularidad en el llamado "gran público", aunque sí en los críticos y los expertos en arte. En realidad, nunca tuvo problemas para vender sus obras, ni lo hizo a un precio bajo. Aún así, aparte de cuadros, nunca tuvo problemas -ni manías-, en aceptar otro tipo de trabajos, como frisos o murales para iglesias -la de Rochdale, por ejemplo-, teatros -como el "Queen Theatre" o casas particulares.

dreamers-1882
"Soñadoras" (1882), sería un ejemplo claro de lo que algunos llamaban "pintura decadentista". O cómo y por qué se hundió el Imperio Romano -explicación a todas luces simplista, incluso para aquella época, en que no pocos historiadores dejaron claro que la caída de dicho imperio se debía a múltiples causas-: aquella gente eran unos indolentes que se pasaban el día de fiesta o de siesta.

"Bayas rojas" es una proeza a la hora de representar de forma realista, casi mágica, la tela de la sábana, la cortina y el almohadón que cubren a la joven protagonista, que aquí es, realmente, un detalle secundario. Lo mismo se podría decir de las flores. Por el tipo de mesa y jarrones, aparte del libro, se puede considerar una de las pocas obras "actuales" -del autor se entiende- que pintó Moore después de su juventud.

Murió con poco más de cincuenta años -no llegó a ver el siglo XX-, y pintó prácticamente hasta el último momento, a pesar de encontrarse gravemente enfermo de un cáncer. Poco antes de fallecer, pudo acabar una de sus obras más complicadas: "Los amores de las estaciones y los vientos". El mismo Moore, para explicar el título -y el cuadro, en general- escribió un poema de tres estrofas. Probablemente, viendo la muerte tan cerca, y tras un enorme esfuerzo en acabar una de sus mejores obras, pensó que no estaba de más ese pequeño detalle final. Aún así, y aunque su muerte fue sentida por los que conocían su obra, en más de un periódico se le quiso recordar y reconocer de forma especial, porque desde hacía ya años había sido en parte olvidado, siendo considerado -ya en los últimos años del XIX- como un pintor de otra época, cuyos mejores años -más para él que para su arte, que seguía siendo el mismo- habían pasado ya hacía mucho.


"Un cuarteto" (1868) no es sólo un ejemplo de habilidad para pintar telas, o anatomías humanas de ambos sexos, sino también del interés de los británicos de la Era Victoriana por la antigua Roma, y la forma en que la introducían en su propia cultura, pues el cuadro es, claramente, un anacronismo, o sea, una mezcla de conceptos imaginaria: los antiguos romanos no contaban con instrumentos como nuestros violines, violoncelos o contrabajos -como el que se ve arriba del todo, a la derecha-.

Loves of the Wind and The Seasons - Albert Joseph Moore
"Los amores de las estaciones y los vientos". La última obra de Moore, que acabó muy poco antes de morir, o cuanto menos, gastando en ello las últimas fuerzas que le quedaban. U mucho tuvo que esforzarse, para representar de forma tan verosímil las flores del campo donde transcurre la escena.

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