miércoles, 19 de octubre de 2016

Los prerrafaelitas (XLIX): Temas y personajes, en ellos y sus contemporáneos (1.-). Dante y Beatrice.

Toda época, y todo movimiento, tiene unos temas preferidos, y algunos se repiten en las obras prerrafaelitas o en los que recibieron su influencia, incluso en el extranjero.


Acabando ya la larga, larguísima serie sobre el prerrafaelismo -bueno, no del todo; esta no será todavía la última entrada- no está de más hablar de algo que, una vez que se miran, y admiran, una buena cantidad de obras de los miembros del movimiento, tanto parte de la Hermandad, como externos, o de prerrafaelitas "poco claros", o que sin serlo, fueron sus contemporáneos -y algo de ellos se ve en lo que pintaron-, siempre hay algunos personajes que se repiten. 
Y cuando se habla de temas, entiéndase, no se puede ser demasiado vago. No se puede decir que los prerrafalitas pintaron sobre "la Antigüedad", sin más, sino más bien si optaron por retratar "damas romanas", que más bien parecen victorianas vestidas de romanas -a veces-, o da la impresión de que los autores pudieron viajar en el tiempo, y poner de moda entre las mujeres de los aristócratas -patricios o plebeyos- el retrato en lienzo y con pinturas al óleo, u otras cosas. Por ejemplo, una visión lo más historicista, realista -dentro de lo que cabe- de las épocas retratadas. En otros tiempos, en el Renacimiento o el Barroco, resulta claro que, cuando se retrataba a santos, a Alejandro Magno o a Julio César, los artistas no tenían ni idea de cómo vestían aquellas gentes, o cómo eran los ejércitos o las ciudades -que más que griegas, o romanas, parecen medievales; en alguna, incluso dándose a suponer que eran Babilonia, o la Jerusalén de tiempos de David o Salomón, hasta parece verse una catedral cristiana, lo cual es, desde luego, un anacronismo tremendo-. Pero en el siglo XIX, con tantos descubrimientos arqueológicos, exploraciones, y obras históricas de calidad -desde el británico Edward Gibbon, aún en el XVIII, con su "Decadencia y caída del Imperio Romano", o los estudios de la antigua Roma del alemán Mommsen-, a los artistas se les exigía, aunque fuera de forma implícita, algo más de realismo, de atenerse a la realidad. O al menos, a la realidad sobre la Antigüedad que en esos tiempos se tenía, o se suponía.
A ello habría que añadir, aparte del re-descubrimiento de esa Antigüedad greco-romana, el repaso y estudio profundo de los mitos griegos, así como de leyendas e historias -con mayor o menor base histórica- del Medievo. Además, el siglo XIX fue el siglo de los estados-nación, pero también de la aparición de los nacionalismos de los pueblos sin estado propio. Uno y otro -más bien habría que escribirlo en plural, pues nacionalismo y nacionalistas aparecieron en todas partes- también necesitaron el re-descubrimiento, y la re-escritura del pasado. Un pasado que debía ser siempre no sólo glorioso, sino también atractivo, hermoso, literario. Las leyendas, los cuentos, los personajes considerados más fantásticos que reales, de golpe, pasan a ser "padres de la patria", aunque fueran patrias que ellos nunca conocieron. El rey Arturo, por poner un ejemplo, pasó a tener una importancia que, durante mucho tiempo, su espíritu -¿fantástico?,  ¿literario?- no debió ni soñar en tener.
Pero ahora, mejor pasar a listar algunos de esos temas, y en ellos, personajes de lo más vistos en los cuadros de los maestros del prerrafaelismo, y de algunos que, sin serlo, fueron sus contemporáneos, y vivieron el mismo ambiente -más bien explosión- cultural y artística. Y digo algunos, porque con una entrada, no  habrá suficiente, sino que, en caso de querer una lista más o menos completa, harían falta varias:


Personajes de origen literario, o directamente, escritores e intelectuales ( I ).

Sin duda, en una época como la Victoriana, donde la cultura británica -sus artes plásticas, su arquitectura, pero también, su literatura-, fue una de las principales del mundo -junto a la francesa, quizá; la alemana, mucho más dirigida a la ciencia y la investigación, o a la filosofía, tuvo una influencia distinta- resultaba lógico que los personajes de muchas obras literarias acabaran siendo no sólo extraordinariamente populares dentro del Imperio, sino, a la corta o a la larga, también fuera. Ejemplos, aunque fueran de años un tanto posteriores a los 50 del XIX -cuando se creó y creció la Hermandad- serían Drácula o Sherlock Holmes, pero en aquellos tiempos, fueron otros, a los que habría que añadir personajes muy anteriores -creados por Shakespeare, por ejemplo-, o no británicos, sino, por ejemplo, italianos de tiempos del Renacimiento. Pero no sólo los personajes ficticios eran populares para ser retratados, sino los mismos autores, y más, cuando su vida estaba entre el mito y la realidad. Lo mismo que, en el XIX, Oscar Wilde era tan o más conocido por sí mismo que por su obra, lo mismo podría decirse, salvando las distancias, de Dante, por ejemplo. Y es de Dante, de quién se hablará en primer lugar.

*Dante Alighieri, uno de los iniciadores del Renacimiento, y su amor por Beatrice: Realmente, más que Dante, y su obra, que cualquier británico culto conocía -aunque fuera de oídas; había mucha gente, que había leído ciertos libros sólo "en teoría"; el haberlas leído significaba contar con un importante acerbo cultural, algo que, hoy en día, y de forma tal vez menos clasista, pero también un tanto lamentable, ha dejado de ser importante-, lo que llamaba la atención fue un hecho de su vida privada. O más bien, un supuesto hecho: se cree que el personaje de Beatrice -Beatriz- de "La Divina Comedia" no se lo sacó de la manga, así por las buenas, sino que está basado en una joven, seguramente también llamada Beatrice, de la que se enamoró perdidamente desde niño. Esta mujer real podría haber sido una tal Beatrice Portinari, casada con un rico banquero viudo, y por tanto, el amor que Dante -que también estaba casado- debía sentir por ella era puramente platónico, trovadoresco -o más bien, una versión renacentista del amor cortés, que era medieval; hay que tener en cuenta, sin embargo, que el Renacimiento italiano apareció en el siglo XIII, cuando el Medievo estaba todavía lejos de acabar-, y muchos imaginaban la escena en que Dante se la encontraba en tal o cual lugar de la legendaria Florencia de aquellos tiempos. Hay, al menos, un par de autores prerrafelitas que lo reflejaron en alguna de sus obras:

"Dante y Beatrice", de Marie Spartali Stillman. A pesar de su origen griego, y del acerbo cultural helénico que llevara consigo, Spartali siempre se sintió más atraída por la Italia del Renacimiento. Quizá, lo griego era para ella tan familiar, que no le podía fascinar tanto como a sus contemporáneos anglosajones.

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El artista Henry Holiday no fue tan popular como Marie Spartali, tampoco tan prolífico como ella, pero pintó un cuadro que se hizo muy popular: "Dante y Beatrice" -también-, donde el escritor se encuentra -dudosamente de forma casual- con su amor imposible en el puente de Santa Trinidad, 

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Como no, no podía faltar alguien tan pasional, y atraído por la época, como fue Dante G. Rosseti, con el que hasta compartía nombre. Aquí, en "El sueño de Dante a la hora de la muerte de Beatriz" (1856), va más allá, imaginado al pobre Dante viendo en sueños -aunque de forma vívida- como su amada abandona este mundo. No la pudo tener en vida, tampoco en sueños. Aunque en teoría no querían estar vinculados a los románticos, una corriente más francesa y algo anterior -sobretodo, de la primera mitad del XIX, aunque no se extinguió así como así-, sin duda, aquí sí se nota su influencia: amor, dolor, sentimientos a flor de piel, aunque fuera en sueños. Algo, la mezcla o confusión entre lo que era sueño y realidad, también muy romántico. El Romanticismo echó buenas raíces, sin duda.

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"Beata Beatriz", con "su" Elizabeth Siddal como modelo. La pintó viva, y tras su muerte. Otro amor imposible, aunque no por razones sociales que impidieran el matrimonio, sino por la personalidad de uno y otro. Este cuadro fue una de las representaciones canónicas de Beatriz, amor de Dante. Rossetti fue, ante todo, un gran retratista de mujeres en segundo plano, aunque también era capaz de pintar, y muy bien, escenas con varios personajes.

Y aquí, por fin, también Rossetti pinta a la Beatriz de "La Divina Comedia", en la parte dedicada al paraíso. De ahí el nombre de la obra: "El saludo a Beatriz en el Paraíso".

Y claro, también existe la teoría -nada descabellada- de que Beatrice Portinari existió, sí -pues hay pruebas documentales de ella-, pero, o Dante no la conoció, o sí, pero sólo cuando eran niños, y ya adulto, la olvidó. O bien, se conocieran o no, sólo fue de vista -la Florencia de la época no tenía más que unas decenas de miles de habitantes, y la "gente importante", apenas serían unos cientos; todos conocían de vista a todos, o casi-, y el supuesto amor platónico o fue más que una metáfora. O una suposición de lectores y críticos posteriores.
Eso sí, en caso de ser no más que un fantasma literario, con toda seguridad podría decirse que ese amor ha acabado por ser algo real, aunque sólo sea en el mundo de la fantasía, por la enorme cantidad de gente que ha creído en él.




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