viernes, 17 de marzo de 2017

Cuando los hermanos Hernández todavía no eran leyendas del cómic americano alternativo.

Los folletos, o flyers, fueron la primera muestra del arte que luego mostrarían en sus cómics.


Arqueología de la cultura popular alternativa: flyers de conciertos punkeros.

Hace ya ni sé cuanto tiempo -me parece casi una eternidad-, que me dio por escribir sobre uno de los hermanos Hernández, los famosos Hernandez bros. Para ser exacto, de Jaime Hernández, del que había leído parte importante de su obra. Realmente, si decidí no escribir sobre su hermano Beto, o Gilbert, fue, precisamente, porque no había leído nada de él. Algo que, por cierto, ya ha cambiado, así que es posible que más adelante le dedique, al menos, una entrada. Seguí escribiendo sobre Jaime, pues su obra resulta tan atractiva como extensa.
Sin embargo, todo el mundo, y también en el mundo del arte y la cultura, tienen un pasado. Y no lo digo, en absoluto, como algo negativo. Simplemente, como un inicio, una primera vez. Al mismo tiempo en que los hermanos Hernández -aquí también habría que incluir al tercero de ellos, el menos prolífico, Mario- comenzaban la aventura de "Love & Rockets", incluso, quizá, un poco antes, también se ganaban unos dolares, y practicaban su estilo rompedor, mediante otro canal, creando unas pequeñas obras que muchos tuvieron en sus manos, pero pocos decidieron guardar, y coleccionar: se trata de folletos, o flyers, anunciando conciertos de grupos o bandas punk, tuvieran o no componentes latino-californianos, la comunidad de la que ellos formaban parte.
Y aquí, varios ejemplos de lo que prometían aquellas primeras obras, separadas dependiendo de quién fue el autor. Resulta interesante comparar estos dibujos casi de adolescencia con las obras posteriores de uno y otro hermano, que con el paso de los años, acabaron teniendo un estilo y personalidad propios, con no poco en común, pero también con sus características propias:

✦Aquí, las creaciones de Beto -o Gilbert, o Gilberto-, el creador del pueblo de Palomar:




✦Y aquí, las de su hermano Jaime, el creador de las Locas:








Esta parte de la historia de los Hernández bros. de la que no tenía idea, la conocí gracias a la web de cultura alternativa "Dangerous minds", de la que aquí dejo un enlace.


viernes, 10 de marzo de 2017

Muhya ben al-Tayyani, protegida y mayor crítica de la princesa Wallada.

Casi como un complemento de la entrada anterior, algo más sobre la sucesora de la dama de Córdoba.


¿Qué es lo que se sabe de al-Tayyani, realmente?

Hace bien poco -en realidad, hoy mismo-, finalicé y publiqué una entrada sobre Wallada, la legendaria -pero  no por ello, real- princesa y poeta de Córdoba, hija del penúltimo califa de todo el Al-Andalus. Y en esa entrada se comenta un hecho bastante poco claro de su larguísima vida, pues vivió casi un siglo: la adopción -pues más bien fue eso lo que ocurrió- de una joven de origen social modestísimo, a la que educó como una princesa, lo que ella misma era, le enseñó lo que sabía, le permitió vivir rodeada no sólo de lujos materiales, sino también de las amistades de Wallada -una multitud de poetas, cronistas, juristas, historiadores o músicos andalusíes, y tal vez también cristianos y judíos-, y llegar a dónde Muhya no habría ni soñado llegar en su vida, porque, simplemente, de ese mundo de ensueño, ella no sabía más que lo poco que podía intuir.
Muhya ben -o bint, según cómo se adopten los nombres árabes en el alfabeto latino- tenía, como ya se contó, un origen modestísimo, a la par de oscuro. Era la hija de un vendedor de higos, y con toda seguridad, debía ayudar a su padre en su modesto negocio, que debía ser, o bien de venta ambulante, o en algún pequeño puesto en uno de los mercados de Córdoba, que si bien en aquellos tiempos ya no era capital del extinto califato ibérico, sí lo era de un riquísimo y avanzado reino Taifa.
Cuando se dice que Wallada "compró" Muhya a su padre, quizá habría que tener en cuenta que no lo hizo como una esclava. Al menos, en caso de que la familia de la joven, y ella misma, fueran musulmanes, pues el islam prohibía comprar y tener como esclavos a individuos que fueran musulmanes antes de ser capturados o comprados. Pero en familias tan pobres, cargadas muchas veces de hijos, deudas, impuestos e hijos, el que uno de ellos, o ellas, fuera en cierto modo adoptado, apadrinado o acogido por un gran señor o señora era una bendición, pues no sólo significaba una boca menos que alimentar, sino también la posibilidad de que ese hijo prosperara, y llegado el caso, ayudar al resto de la familia. Si Muhya echó o no una mano a su padre y al resto de su familia -en caso de tenerla-, no es cosa que haya quedado por escrito en ningún sitio, pero es posible. Aunque también había casos de adoptados -por llamarlos así-, o acogidos que, al ir cultivándose y prosperar económica y socialmente, olvidaban completamente a su familia, sus oscuros orígenes, y la miseria en la que se habían criado.
Hay tres cosas que son ciertas en la vida de Muhya. La primera, como ya se ha contado, es que Wallada, por la razón que fuera, se quedó prendada de ella. No se sabe bien si de su belleza -se cuenta, eso sí, que era muy hermosa-, de su edad -no se sabe ni su fecha de nacimiento, ni de muerte, ni qué edad tenía cuando la princesa la conoció, si era una niña, o ya una adolescente-, o tal vez, en caso de haber tratado con ella y su padre en varias ocasiones, su simpatía, su gracia, o una inteligencia natural que debió llamar la atención de una mujer que, por lo demás, también era alguien fuera de lo común. Tal vez, incluso, fuera algo distinto: Muhya no debió quedarse ni fascinada ni atemorizada por aquella hija, nada menos, que de un califa, y debió hablarle como si fuera una clienta más, con un descaro y una gracia que, en lugar de enfurecer a la orgullosa noble entre nobles, debió parecerle una especie de versión de ella misma, pero más joven, y con mucha menos suerte en la vida. 

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"Una mujer oriental", del pintor austriaco del siglo XIX  Friedrich von Amerling. Aunque fue, básicamente, retratista, en alguna ocasión se daba el gusto de algo ás exótico, como esta mujer -viajó por Egipto y Palestina, además de por toda Europa, así que tenía cierta idea de cómo eran las mujeres árabes de su época-. Tanto Wallada como Muhya pudieron tener cierto parecido con esta joven, aunque su ropa más bien podrían corresponder a una turca -en el siglo XIX, ambos territorios formaban parte del Imperio Otomano-, y leer libros como el que tiene en la mano, pues el libro moderno es de origen árabe-musulmán, no greco-romano.

Una segunda, es que Muhya recibió, como mínimo, la misma educación que el resto de jóvenes, éstas, de origen social elevado, de la escuela de damas y salón literario -mezcla de lo uno y lo otro, realmente- pero gratuitamente La diferencia es que, si el resto de jóvenes marchaban a sus casas con sus respectivas familias, o a lo sumo, tal vez, pasaban allá alguna noche, Muhya vivía, comía y dormía allá día tras día, noche tras noche. El palacio de Wallada fue, en la práctica, su casa, su hogar. Eso también significaba poder conocer y tratar a los sabios, artistas y nobles que visitaban a su protectora mucho más profundamente que cualquier alumna, porque una cosa sí era cierta: la muchacha no estaba allá como sirvienta, ni tan siquiera como una especie de artista protegida por una mecenas generosa -aunque también era eso, Wallada, cuando la chica empezó a componer-, sino casi, o sin casi, fuera de la familia. ¿O era algo distinto, a una especie de hija o hermana adoptiva?
La tercera es que, un día, Muhya se marchó. ¿Y por qué? Ese es el gran misterio de la vida de la joven, pero también de su protectora. La teoría que se defendió, durante mucho tiempo, es que, quizá, Muhya, joven, linda, extrovertida y culta, pudo ser una tentación que el amante de Wallada, el también poeta ben Zaidun, y tal vez fuera cierto, y que la supuesta infidelidad con una esclava negra no dejaba de ser una pantalla literaria que ocultaba la auténtica identidad de la amante. Sin embargo, resulta extraño que Wallada no fuera tan dura y mordaz con Muhya, que no la nombra en poema crítico alguno -que se sepa-, como sí lo fue con ben Zaidun, pues de eso sí que hay pruebas. En realidad, parte importante de lo poco que ha llegado de la obra de Wallada. Sin embargo, también podría haber otra explicación: que Wallada sintiera algo especial por Muhya, como sería un auténtico amor lésbico. ¿Correspondido? Tal vez al principio, pero después de un tiempo, una Muhya más adulta, culta y segura de sí misma, optara por marcharse, aquello hiciera realente daño a Wallada, que no querría volver a verla, y su protegida demostrara un resentimiento hacia su maestra y protectora. O tal vez hubiera algún tipo de discusión, de ruptura de una relación que fue cambiando con el tiempo, y que era incompatible con la que Wallada también tenía con el poeta. La protegida, parece, visitaba a la princesa en su casa cuando todavía vivía el califa (murió en 1024), y sus primeros poemas, casi todos perdidos, empezaron a escucharse más o menos por aquellos tiempos, aunque los últimos tal vez sean ya de la década del 1050. Debía ser, en aquellos años 20, muy, muy joven, y tan grande era el placer que Wallada sentía en recibirla, como facilidad que tenía Muhya para visitarla al principio, quizá, para algo tan inocente e inocuo como llevarle la fruta a su casa.

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La joven de pie, apoyada en la columna, parece estar leyendo un libro el resto de personajes del cuadro. Quizá Muhya hiciera algo parecido en las cortes, o las casas de los nobles, que la acogían y le pagaban, y aumentaban su fama.

La cuestión es que Muhya se marchó del palacio de la princesa, y de la ciudad de Córdoba.  al-Tayyani, o al-Qurtubiyya -el otro nombre por el que fue conocida-. ¿De qué, cómo vivió? Probablemente debió ir de corte en corte de los reinos de Taifas, y como debió vivir bastante menos que su antigua protectora y mecenas, no debió vivir la llegada de los almorávides, y el fin de los reinos independientes musulmanes de la antigua Hispania, la España que, en aquellos tiempos, era sólo una entidad geográfica e histórica. Poco nos ha llegado de ella, muy poco, pero no son pocas las fuentes que indican que, desde muy joven, Muhya escribió, y no poco. Fueran sátiras, o versos de amor, tienen un descaro, un sano atrevimiento, una alegre sensualidad -incluso, sexualidad- que resultarían casi inimaginable en autores de la Europa cristiana de la época. Y ya no digamos, en el mundo islámico posterior. Tan posterior, como el de  hoy en día.
Esto es parte importante de lo que queda de su obra, que nadie sabe qué extensión debió de tener:

Wallada ha parido y no tiene marido;
   se ha desvelado el secreto;
   se parece a María,
   pero la palmera que ella sacude es un pene erecto.

No deja de llamar la atención, aunque sólo sea una libertad literaria, hablar de un parto, porque que se sepa, Wallada no tuvo hijos -al menos, reconocidos-. Lo que sí desea destacar Muhya es la vida sentimental y sexual de su antigua maestra, que muy probablemente no sólo incluyó a ben Zaidun, sino a otros hombres, con los que disfrutaba del sexo sin importarle las murmuraciones y prejuicios sociales de la época.

Aleja de la aguada de sus labios
   a cuantos la desean,
   igual que la frontera se defiende de cuantos la asedian.
A una, la defienden los sables y las lanzas,
   y a aquéllos los protege la magia de sus ojos

En uno de sus poemas, que llevaba bordado en las mangas de su vestido, Wallada deja escrito que ella da sus besos a quién los quiera. Sin embargo, aquí dice que aleja de sus húmedos labios a quién desea besarlos, como un ejército las fronteras del reino, y que la magia de sus ojos, el poder magnético de su mirada, de su personalidad, sabe, al tiempo, atraer a los hombres, pero también mantenerlos alejados de su boca... a no ser que a ella, y sólo a ella, le apetezca lo contrario.
Y aquí, el tercero de sus poemas, en este caso, parece dedicado a un amigo o conocido, vendedor de melocotones. Otro vendedor de frutas, como lo fue ella, y antes, su padre.

Oh, tú que das melocotones a tu amada,
  ¡bienvenida esa fruta que da la alegría!
Su redondez imita el pecho de las doncellas,
  pero humilla la cabeza de los penes.

Wallada, hija del califa de Córdoba, y mítica poeta de Al-Andalus.

Casi un personaje legendario, más que real, hasta que fue redescubierta en el siglo XX.


De padre mediocre, hija carismática.

Durante siglos, el conocimiento que se tenía en España sobre los distintos estados musulmanes que existieron en su territorio fue muy escaso. Se podría decir que lo que en sentido amplio se entiende como Al-Andalus -la España musulmana, desde el comienzo de la conquista en 711, hasta la toma de Granada en 1492- sólo existió como contraposición de los reinos cristianos. Como una anti-España, contra la España -y los españoles- verdaderos. Aún cuando la identidad española no existiera, más allá de un sentido básicamente geográfico, como Escandinavia, o los Balcanes.
Pero a partir del siglo XX, o más bien de la segunda mitad de este siglo, se empezó a estudiar dicho período, a recuperar su historia, su cultura, el ver no sólo a sus monarcas, sino también a la gente común, sus pueblos -musulmanes o no- como parte de la historia española, como parte -aunque fuera escasa, teniendo en cuenta la expulsión de los moriscos- de los antepasados, de los antecesores, de los españoles y portugueses actuales.
Pero además de reyes taifas, caifas o emires, o "gente común" -como nosotros, en resumidas cuentas-, ¿hubo otra gente a destacar? Evidentemente, como en casi cualquier otra civilización, país o cultura, sí. Y entre la legión de filósofos, médicos, poetas, etc. -y entre los que habría que reconocer también a cristianos y a judíos, como Maimónides, "el más sabio de los judíos", como era conocido-, también destacó, al menos, una mujer. Y se trataría de Wallada, la poeta hija del califa Omeya -uno de los últimos- Mohamed III, y de una esclava cristiana -aunque conversa al cristianismo, se entiende-.

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Vida y obra de una princesa que no fue de "Las mil y una noches", pues fue bien real.

A Wallada ben al-Mustakfi (994-1091), como a sus contemporáneos, y en general, a los musulmanes de tiempos de Al-Andalus, se les conoce como andalusíes -cuando su territorio era conquistado por cristianos, y si seguían viviendo en tierra cristiana, entonces se les llamaba mudéjares, y más adelante, moriscos-. Digo esto porque, si no se conoces ciertas palabras, a la hora de leer -ya no digamos estudiar- este período histórico, puede llegar el mmomento en que uno acaba por haerse un lío. Su padre fue califa, con el nombre de Mohamed III, y subió al poder en los últimos tiempos del Califato de Córdoba, donde las rebeliones de tal o cual miembro de la familia real, movimientos separatistas, o levantamientos populares, estaban colocando al califato casi el el abismo. Él consiguió el poder, precisamente, aprovechando unos disturbios que lo proclamaron califa (1024-1025), y tras hacer ejecutar a su antecesor, su primo Abderramán V, gobernó de forma tan autoritaria y torpe, que al año tuvo que huir para que no lo pasaran por las armas el mismo pueblo que, inocentemente, lo aupó al trono. Intentó huir a zona cristiana -Aragón, para ser más exacto- pero fue descubierto antes de llegar a su destino, y fue asesinado.
Sin embargo, las crónicas dicen que Wallada, hija de dicho califa -una nulidad de gobernante, y en la práctica, no más que un nombre en una lista de reyes-, y de la esclava cristiana -más adelante, con toda probabilidad, libre, pero también conversa al islam- Amina, nació en 994, pero falleció en 1091. Por tanto, vivió casi un siglo. Algo increíble, en una época en que cualquiera, ricos incluidos, y aún más las mujeres, podría darse por satisfecho si vivía la mitad de esos años. Teniendo en cuenta su larga vida, no sólo vio la caída del califato, y la desintegración en su territorio en multitud de reinos de Taifas, sino también, antes de ello, la subida al poder de Almanzor, en la práctica, dictador militar del califato, tras aislar al insignificante Hixem III en palacio, rodeado de lujos y mujeres. La violencia, en forma de levantamientos, rebeliones populares y guerras civiles, que acabaron primero con la dictadura de Amanzor, y más tarde, en la desintegración política, fue algo que vivió desde la adolescencia, y según se cuenta, pudo asistir al fin de su mundo cuando entraron en Córdoba los almorávides, que vendrían a ser el Estado Islámico o la al-Qaeda de la Edad Media, sólo que en aquellos tiempos, las matanzas de civiles y prisioneros, la esclavitud de los vencidos, o la obligación de éstos a convertirse a la religión de los vencedores, eran cosa bastante habitual, y ciertas cosas, no llamaban demasiado la atención, a no ser que fueran brutales incluso para la época. El hecho de que muriera, precisamente, el mismo día en que su ciudad era conquistada por los integristas, ciertamente, no parece una casualidad, y no sería raro que decidiera suicidarse, o incluso, fuera asesinada.
Ahora bien, ¿cómo se ganó la vida, tras la violenta muerte de su padre, y quizá, sin tener contacto con su madre, de origen servil, si es que aún vivía? Al no haber tenido hermanos varones -reconocidos, al menos-, heredó la fortuna de su padre, así que decidió crear lo que podría llamarse un negocio. Uno, además, que parecía ideal para alguien como ella: una mujer culta, inteligente, artista, con dinero, fama y alto origen social, pero sin marido, ni interés o posibilidad -a menos qu ella la buscara- de tener un hombre a su lado que la mantuviera. Se trataba de lo que podría llamarse "una academia para jóvenes damas". O dicho de otra manera, un lugar donde las jóvenes de origen social y económico elevado podían formarse no sólo como buenas esposas y musulmanas, sino también obtener una cultura y conocimientos -desde vestuario hasta protocolo, poesía o música- que las hicieran especialmente atractivas, y de paso, hacer que ellas también estuvieran más orgullosas y conformes consigo mismas.
Pero Wallada, como hija de califa, no se conformó con una buena casa, y a su lado, o formando parte de ella, lo que sería un local para sus pupilas. Era todo un palacio, donde ella viviría, y enseñaría sus conocimientos a las jóvenes de todo Al-Andalus. Pero no estaba sola, y contó con poetas e intelectuales y artistas de todo tipo, que lo mismo iban a visitarla a ella en particular, y disfrutar de su compañía y conversación, como para dar clase, o iluminar y fascinar a las jóvenes con su arte y conocimientos, animándolas no sólo a disfrutar de ellos, sino también a aprender y a buscar en su interior sus inclinaciones artísticas o literarias. En resumidas cuentas, debían hacer lo que ahora se llaman una -o muchas- masterclass, lo que hacía realmente interesante el acudir a clase, sabiendo que cualquier día podían recibir -con o sin aviso- la visita de un poeta, un filósofo o un historiador. Así, cualquiera se hace buena fama de formadora. Realmente, me viene a la mente otra mujer con no poco en común con Wallada, por su condición de poeta en un mundo artístico -y no artístico también- de hombres, y con una academia de jóvenes damas: Safo de Lesbos. Mi Safo, porque después de leerla, y de buscar tanta información sobre ella, incluso de haber escrito un par de entradas sobre su vida y arte -así que no sé bien si añadir algo más sobre ella-, parece como si la hubiera conocido en persona, o casi.
Wallada, además, no sólo enseñaba conocimientos ajenos. Ella quiso, y consiguió, ser poeta por sí misma. Se conserva poco de ella -nueve poemas, aunque debió escribir más; tal vez no siempre tuvo interés real en conservar lo que escribía-, pero se sabe que participó en competiciones literarias, y de completar poemas inconclusos de otros artistas -algo no tan raro, en aquella época, donde muchos poemas, incluso cortos, eran obra de dos artistas que, normalmente, ni se habían conocido en persona-. Además, era conocida su costumbre de bordar sus versos en sus vestidos. Sobre ello, escribió un poema, que es este, y que incluye -algo también habitual en la poesía andalusí de la época- una especie de introducción, para que el lector comprenda mejor lo que sigue:


Wallada llevaba escrito estos versos en su manto:

Sobre el hombro derecho:

   Estoy hecha, por Dios, para la gloria,
   y camino, orgullosa, por mi propio camino.

Y sobre el izquierdo:

   Doy mi poder a mi amante sobre mi mejilla,
   y mis besos ofrezco a quién los desea.

Sólo con unos versos tan breves, resulta posible hacerse a la idea de qué tipo de persona fue Wallada. Entre otras cosas, alguien no sólo culta, hermosa y elegante, sino también noble, orgullosa, y muy segura de sí misma mujer de elevada estatura, de físico deslumbrante, de piel clara, ojos azules, y cabellos entre rubios y ligeramente rojizos -un aspecto no muy árabe precisamente, sino casi celta, o germánico; hay que tener en cuenta el origen de su madre, cristiana, quizá de sangre goda, o germana, y de que los musulmanes españoles, pasadas unas generaciones, y tras multitud de conversiones y mezcla racial, tenían un origen mucho más hispano-romano, godo, del norte de España, o de esclavos de otros orígenes, como eslavos o caucásicos, que árabe-semita o bereber-. Le gustaba llamar la atención, y no le importó nunca que la criticaran, o murmuraran a sus espaldas. Y no sólo a sus espaldas, sino delante de ella. La llamaban descarada por no llevar velo en la cara, y aunque su belleza y modales cautivaran, su independencia, como artista independiente, sus amistades masculinas, su deseo de independencia -no se casó nunca, ni parece que tuviera necesidad de hijos-, su forma de comportarse en público y e privado, sus deseos constantes, de contradecir y poner a prueba las normas sociales de la época, tuvieron, por fuerza, que hacerla, al tiempo, fascinante, deseable, pero también a veces endemoniadamente incómoda, e incluso criticada con dureza, por la parte más conservadora de la sociedad. Y sin duda, los religiosos -imanes, mulás, teólogos o ulemas- más conservadores, o abiertamente integristas, no podían ni verla. Y era mutuo. Aunque, por lo visto, Wallada optaba más por el dicho de que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio. Simplemente, los despreciaba, y les dejaba parlotear a sus espaldas, aunque no siempre debió resultarle fácil, aún a pesar de contar con la defensa de artistas influyentes, como el también poeta ben Hazam, autor de "El collar de la paloma".  Ella era hija de califa, pero muerto su padre, no tenía autentica influencia política. Para generaciones futuras, pasó a ser considerada una artista de poca monta, pero sobretodo, como un tanto libertina y descarada. Y con el paso de los siglos, directamente, olvidada, obviada. En realidad, fue una mujer independiente, que no quiso casarse, ni encerrarse en palacio, ni desinteresarse por el arte y la cultura por el hecho de ser mujer, y que disfrutó de la vida, de sus amantes, del arte -propio y ajeno-, y además, fue capaz no sólo de no dilapidar su fortuna, sino de conseguir ingresos extra haciendo lo que mejor se le daba: ser ella misma, y que cada cual dijera o pensara lo que quisiera, que a ella tanto le daba. Sin duda, fue una mujer adelantada a su tiempo.

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Este cuadro del prerrafaelita Franc Dicksee, aunque seguramente represente a una odalisca, más que a una princesa, podría dar una idea -aunque influida por el orientalismo del siglo XIX- de cómo sería la princesa. Con algo de imaginación, eso sí. 


Amores y desamores. El fuego del que nacía el arte.

Parte de su obra, que nadie es capaz de saber cuan de extensa sería realmente, no debió ser, al menos en un principio, de dominio público, debido a que era lo que se llamaría "poesía epistolar", que se cruzaba con uno de sus amantes -el más conocido de ellos, y al que más amó, y más adelante, más criticó y vilipendió, oralmente o, como sabemos por lo poco de su obra que nos ha llegado, por escrito-, el también poeta ben Zaydun -o Abenzaidún, en su forma castellanizada, popular en y desde la Edad Media; yo prefiero usar la más moderna y fiel al original árabe-. Ya se ha dicho que Wallada era mujer libre en todos los sentidos. Cierto que, por su origen familiar -era una Omeya, la principal familia musulmana ibérica- y económico, se lo podía permitir -difícilmente lo podrían haber hecho, la enorme mayoría de las mujeres contemporáneas suyas-, pero le habría resultado mucho más sencillo cumplir con las normas sociales y religiosas de la época, buscarse un marido -a ser posible, de un origen social parecido al de ella-, y desaparecer, literalmente, en las brumas de la historia. Pero hay mujeres que no aceptan el yugo de la sociedad machista -de cualquier sociedad, pues todas, en mayor o menor medida, lo son, aunque no todas por igual, también es cierto-, y Wallada, simplemente, no estaba por la labor.
Su gran amor, como ya se ha dicho, fue el también poeta, conocido en las diversas cortes de los reinos de Taifas, ben Zaydun. Se escribían cartas en versos, que muy probablemente, debieron acabando haciéndose públicas, pues si no, resulta difícil saber cómo han podido llegar hasta la actualidad.Cierto es que Zaydun estaba unido -tal vez por amistad o servidumbre más que por parentesco directo- con la también poderosa y rica familia de los Banu Yahwar, pero su relación secreta, a la larga, tuvo que ser conocida, aunque fuera por un pequeño número de personas de confianza, más allá del servicio -no pocas veces, indiscreto-.
Pero los amores intensos no son siempre garantía de fidelidad, y un día, o quizá más de uno, ben Zaydun fue infiel a Wallada, no se sabe bien con quién -ahora entraré en ese tema-, y la princesa, herida en su orgullo -y por lo visto, era muy orgullosa-, no dudó en escribirle a él, y seguramente también en recitar en público, unas rimas que eran auténticas puyas, donde lo trata de infiel, miserable y vicioso.

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Otra visión neocentista de la exótica belleza de la mujer musulmana, más que como mujer real, como personaje de cuentos y leyendas.

Respecto a con quién debió serle infiel, la tradición -casi la leyenda- habla de una esclava negra. En realidad, habría que hablar de eso, de tradición, pero literaria, el que el amante infiel se la pegue a su esposa, novia o amante con una esclava negra, que era, al tiempo, de origen servil, y de una raza considerada inferior, aunque en aquellos tiempos no existía lo que se llamaría un racismo moderno. Pero sí, racismo lo ha habido en muchas épocas, y en muchos lugares. No es que se considerase que todo africano de raza negra fuera inferior a cualquier árabe porque sí, pero casi. Otra versión, sin embargo, es bien distinta, e insinúa que, posiblemente, ben Zaydun fuera bisexual, y en ocasiones, le gustaba probar, digamos, otro tipo de relaciones, y que Wallada, o alguien de su confianza, atrapó al poeta y a su amante -aunque fuera amante de una sola noche- con las manos -o lo que fuera- en la masa. Y aquello, es de suponer, le sentó a la princesa como un tiro.

Y de ahí, este verso que ella le dedica, dando a entender el interés de Zaydun por aventuras con otros hombres:

Si hubiera visto falo en las palmeras,
sería pájaro carpintero.

Sin embargo, hay una tercera versión, y es que, además de tener alumnas de origen social elevado, pero que no siempre debieron mostrar interés por sus enseñanzas, o por las de sus amigos poetas, músicos y demás, contaba con otra, llamada Muhya ben al-Tayyani -imagino que hay otras versiones de su nombre-, hija de un vendedor de higos, a quién Wallada, dicen compró. En realidad, lo de compra sería un poco equivocado, porque, seguramente, ni ella ni su familia eran esclavos. Pero las diferencias sociales eran tan agudas, que no resultaba extraño que un noble pudiera, literalmente, hacerse con los servicios, o, en cierto modo, adoptar, al hijo o hija de una familia modesta pero libre, y tenerlo a su servicio, no como esclavo, pero sí como un sirviente. O en el caso de Muhya, como una especie de hija o hermana adoptiva, o sin llegar a tanto, como una protegida o ahijada. La "hermanita pequeña" de Wallada era, aparte de bonita, muy inteligente, imaginativa, y de lengua ágil. Lo malo es que, una vez que se acostumbró a la vida palaciega, no sólo demostró ser una buena poeta, sino también parecía gustarle el burlarse o pasarse de lista con la persona que la había sacado de la pobreza, y de paso, darle una educación realmente envidiable. Y gratuita.
Sin embargo, aquí también hay una explicación alternativa, mucho más moderna: no es que Muhya se marchara del lado de Wallada porque se cansara de ella, ni porque la joven tuviera relación alguna con Zaydun, sino todo lo contrario; sería la relación entre la princesa y el poeta, lo que haría que la protegida, con la que probablemente Wallada tuviera una relación amorosa, se sintiera desplazada y celosa, y furiosa, desapareciera de forma abrupta de la vida de la noble dama.

Este sería el poema en que Wallada se desahoga de la infidelidad de ben Zaydun. Es aquí, donde se habla de la esclava negra, aunque también es posible que sea, más que una mujer real, una alegoría, o un deseo de no dar demasiadas explicaciones a quién pudiera leerlo o escucharlo, sobre quién le robó el corazón, aunque fuera una sola vez, a la dolida princesa:

Si hubieses hecho justicia
   al amor que hay entre nosotros,
   no hubieses amado ni preferido a mi esclava,
   ni hubieses abandonado la belleza de la rama
   cargada de frutos
   ni te hubieses inclinado hacia la rama estéril,
   siendo así que tu sabe que yo soy
   la luna llena en el cielo.
Sin embargo, te has enamorado,
  por mi desgracia, de Júpiter.

Siendo la luna el astro que más brilla, y Júpiter, un planeta lejano -imposible, en aquellos tiempos, saber de su enorme tamaño-, pero sin brillo propio alguno.

Pero tras el dolor, la ira. Y Wallada, a pesar de ser toda una dama, también sabe castigar con epítetos no precisamente suaves, contra el hombre que la seguía amando, pero que también parecía estar entre dolido y molesto de que su amada no le perdonara:

Esta sátira lleva el nombre de "El hexágono", pues son seis insultos, como los seis lados de dicho polígono, los que le dedica.

Tu apodo es el hexágono,
  un epíteto que no se apartará de ti,
  ni siquiera después de que te abandone la vida.
  pederasta, puto, adúltero, cabrón, cornudo y ladrón.

Sorprende, dicho lenguaje, en una princesa. ¡Qué habría visto, y oído, para que le atacara de esa forma!

En determinado momento, Muhya desaparece de la vida de Wallada. Por lo visto, la joven optó por abandonar a su protectora y maestra, aunque también podría haber sido expulsada de su casa, o invitada a irse. Y una de las razones, por no decir la principal, por la que podría haberse marchado, habría sido el haber tenido una relación con ben Zaydun, o al menos, haber despertado en Wallada celos suficientes como para creerlo. Parece que también le dedicó a ella sátiras y críticas, pero no he podido encontrar nada de ello. Tal vez sólo son suposiciones, o simplemente, dichos versos se han perdido. De haber llegado a nuestro tiempo, se podría saber qué es lo que sucedió realmente entre ambas mujeres.
Pero una vez que Zaydun acabó desapareciendo de la vida, aunque no de la mente, de Wallada, esta no pareció tener suficiente. Zaydun acabó, incluso, pasando un tiempo en la cárcel, y perdiendo sus bienes, aunque es esta caída al abismo, parece que el auténtico responsable fue el gran visir ben Abdus, que deseaba hacerlo desaparecer de la vida de su amada. La gente comentaba en las calles y los zocos la caída en desgracia del conocido poeta -en las sociedades musulmanas, los poetas tienen una importancia enorme, incluso hoy en día-, al que se le veía deambular día y noche por la ciudad, pobre y solo, y que, tras escapar de la cárcel, logró rehacerse económicamente escapando a Sevilla, y pasando a ser hombre de confianza de su rey. La desintegración política del Califato de Córdoba trajo eso: en lugar de un solo monarca, con una sola corte, unos y otras se multiplicaron, y en cada una, se fomentaba el arte y la ciencia. Como en otras ocasiones, la decadencia y las divisiones políticas trajeron buenos tiempos para los artistas dispuestos a adaptarse.
Tras ben Zaydun, fue el visir ben Abdus, el que siempre la amó con locura, fielmente, aunque ella nunca quiso casarse con él, quién logró vivir a su lado, sustituyendo, aunque no de la misma forma, al poeta. Antes de depender para siempre y en todo momento de su amigo y amante no correspondido, prefirió, una vez que su fortuna fue disminuyendo, ir de corte en corte, asombrado a todos los que la conocían y escuchaban. Y cuando no, volvía con él, hasta la muerte de éste, cuando Wallada ya pasaba de los ochenta. Tras la pérdida de alguien a quién, posiblemente, ella nunca acabó de considerar su amante, pero sí su amigo, compañero y protector, la vida de Wallada todavía duraría unos años más -si son ciertas las fechas que se conservan, debió vivir noventa y siete años, que para la época, la debió hacer casi inmortal para sus contemporáneos-, y aunque algunos debieron pensar que ya estaba muerta, o no sabían de su lejana juventud, siguió dedicándose a vivir la vida hasta la entrada de su querida Córdoba de las tropas de los almorávides, que desde el norte de África, llegaron a España, se apoderaron de todos los estados Taifas musulmanes, y finalmente, vencieron a las tropas cristianas del rey de Castilla y León Alfonso VI, que años antes había conquistado Toledo y Madrid, entre otras poblaciones. Sin embargo, fue una victoria efímera, y ni ellos, ni los almohades, que también llegarían desde África para gobernar Al-Andalus, pero que, a pesar de su victoria frente a Alfonso VIII de Castilla, tampoco pudieron avanzar mucho más allá.
Pero eso, los relatos de batallas y combates, ya son otra historia.

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Monumento en Córdoba, que recuerda el amor entre Wallada y ben Zaydun.

Entre las webs donde he encontrado información, aparte, como no, de la wikipedia, destacar "De Al-Andalus a Sefarad", con un enlace aquí, y "Long Island al día", con otro enlace, aquí.

En 2000, se publicó la primera biografía del personaje: "Wallada, la última luna", de Matilde Cabello.